Tentemos una ilusoria muerte, troquemos las fugaces y apasionadas antorchas por lámparas votivas y tendámonos en los apacibles territorios donde el amor se empecina en saber.
El acontecimiento de la cultura en uno debe ser tolerado como los riesgos de un bautismo de sangre. La batalla comienza a ser la propia vida y se pelea contra la suma de propiedades que, articuladas, te matan.