Grandes titulares en los periódicos anunciaban que mi vida se complicaba cada día más. El niño asesino, no está solo. Huye de la cárcel y previamente mata a dos guardias.
Cabrones me los cargaron a mí.
Mi sexo me terminará volviendo loco, allá mata, aquí da vida. ¿A quién estaré traicionando, me pregunto?
Nunca sabré qué era peor, soñar o vivir. Ellas eran tercas, pertinaces reclamaban todo el día su libertad, yo muy bien no entendía de qué libertad se trataba ya que ellas eran las invasoras.
Sólo aquellas dos palabras que pronunció esa extraña mujer y después ninguna vez más, ninguna de ellas volvió a decir una sola palabra. Gestos, fugaces movimientos de sus cuerpos me indicaban la dirección del recorrido, yo a veces acertaba y otras veces íbamos a parar a la mierda.
Eso sí, todo era vuelo y armonía.
A la mañana siguiente preguntaría, quiénes éramos, contra quiénes debíamos pelear, qué era lo que verdaderamente estaba permitido entre todas nosotras (estas bestias no conocían la palabra hombre), qué, con el enemigo, porque eso de seguir matando a mis hermanos para que ellas tengan el oxígeno necesario para vivir el espacio vital mínimo posible, así decían ellas con sus miradas, eso no puede ser.
Claro que el desastre ya lo había hecho. Mi cuerpo ya no era mi cuerpo. Mi voz ya no era mi voz, preguntar a quién, si nadie hablaba.
Cabrones me los cargaron a mí.
Mi sexo me terminará volviendo loco, allá mata, aquí da vida. ¿A quién estaré traicionando, me pregunto?
Nunca sabré qué era peor, soñar o vivir. Ellas eran tercas, pertinaces reclamaban todo el día su libertad, yo muy bien no entendía de qué libertad se trataba ya que ellas eran las invasoras.
Sólo aquellas dos palabras que pronunció esa extraña mujer y después ninguna vez más, ninguna de ellas volvió a decir una sola palabra. Gestos, fugaces movimientos de sus cuerpos me indicaban la dirección del recorrido, yo a veces acertaba y otras veces íbamos a parar a la mierda.
Eso sí, todo era vuelo y armonía.
A la mañana siguiente preguntaría, quiénes éramos, contra quiénes debíamos pelear, qué era lo que verdaderamente estaba permitido entre todas nosotras (estas bestias no conocían la palabra hombre), qué, con el enemigo, porque eso de seguir matando a mis hermanos para que ellas tengan el oxígeno necesario para vivir el espacio vital mínimo posible, así decían ellas con sus miradas, eso no puede ser.
Claro que el desastre ya lo había hecho. Mi cuerpo ya no era mi cuerpo. Mi voz ya no era mi voz, preguntar a quién, si nadie hablaba.
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