miércoles, 3 de junio de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO SETENTA Y TRES

- Yo tengo que ser el Presidente.
El doctor Capo tenía su nivel. Él, don Cristóbal, el doctor Si, don Miguel y Alesio, parecían iguales, quiero decir como hermanos. Hablaba uno o bien hablaba cualquiera de los otros y nunca sacaban ninguna conclusión. Entre ellos lo importante era hablar, las conclusiones venían solas.

-Yo tengo que ser el presidente.
El doctor Capo tenía su nivel.
El tiempo de las arenas en el rostro, el tiempo de los oscuros rostros demenciales, el tiempo donde él y su doble eran una sola persona. El tiempo de la bicicleta mortal, de la máquina succionadora, del sórdido trapecio del viejo circo en su mirada.
Un alucinado por el poder de las transformaciones, un bosque de leche incendiado por el amor. Locura y belleza eran para él los límites del poder, ya que lo humano, nos decía, no es semejante a nada.
-Yo tengo que ser el presidente.
Soy el nivel más alto de lo humano, el grado más alto de imperfección. Del primitivo, del primordial encuentro de la Naturaleza con la Cultura, yo soy, el único sobreviviente, el empecinado, el que quiere vivir.
El que todo lo quiere para todos. Una fina estrella entre mis dientes y el hondo ronquido del mar, te recuerdan…
El doctor Capo, tal vez presintiendo la importancia de sus palabras, o el aburrimiento de alguna mujer, murió en silencio. Una muerte natural, cotidiana. Una especie de muerte atascada, una necesidad de repetición. Antes de morir le pidió a Aurora que lo masturbara y nada más.
Todo podía haber terminado allí tranquilamente. El doctor Capo podría haber muerto tranquilamente esa misma noche y junto con él, el poder. Pero ése no habría de ser nuestro destino.
Aurora haría lo imposible por no dejarle morir. Don Miguel ya se lo había dicho, -A don Capo te lo tenés que coger, basta de paja, porque se nos va a morir.
Aurora comprendió. Nostálgica perdida entre los viejos juguetes, como si fuera una severa institutriz.
Aurora la mujer de los sagrados hielos eternos, la congelada por las emociones, nuestra mujer sensible, la productora de placer sexual en los hombres, a sueldo.
Nos conocía a todos. Su ternura era incalculable.
Y el milagro fue luz entre sus piernas, aurora marina, emblema de la caridad y la lujuria. El doctor Capo, no podrá resistir esta vez. Su cuerpo será nuestro.

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