lunes, 9 de marzo de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO CUARENTA Y OCHO

Todo estaba bien hasta que me miré en un pequeño espejo que saqué del cajón del escritorio. Mi cara ya no era mi cara y mi cuerpo, ya no era mi cuerpo. Más que diez años parecía tener cuarenta años. Todo me había crecido, las piernas, el pene, la cara, los ojos, el cabello. La ropa que tenía puesta, no era ni lujosa ni pobre, más bien rara, pequeña burguesía intelectual, pensé y me quedé tranquilo.
Estaba claro que esas hijas de puta me habían transformado en algo que yo antes no era. Seguramente por medio de superpoderes habían conseguido meterme en el cuerpo de otra persona. Una especie de transmutación de almas. Quería decir que era preferible que yo no me hiciera el canchero sino que escuchara al resto de la gente que, seguramente, vivía en esa casa y fuera haciendo en consecuencia.
En dirección a la ventana, se escuchaba el canto de un pájaro. Esto, me dije, se parece cada vez más a la tierra. Y otra vez me asaltó la duda: esto no sería un hospicio moderno, esos hospicios donde al loco le hacen sentir que el hospicio es como una casa y hay niños, para demostrarle que no le temen.
En dirección a la ventana, el canto de los pájaros no daba alternativas, era claramente el canto de los pájaros

No hay comentarios:

Publicar un comentario