Un hombre rubio, alto de ojos claros, en pantalones negros y la parte del torso desnuda, subió por la escalera de dos en dos los escalones como si estuviera apurado por algo. Por el beso del joven, del adolescente y de la mujer morocha, estaba claro que todos se besaban. Probaría con el próximo de besar yo también.
Un hombre de unos treinta y cinco años, en el patio se dirigió a mí como si fuera cosa de todos los días y me dijo si había visto el aviso en el diario, y qué bien lo habían sacado y en qué página, yo dije que sí con la cabeza, pero en verdad no sabía todavía de qué se trataba. Después seguramente miraría el diario y me enteraría, avisos de qué ponía esa gente en los diarios. A pesar de la propuesta de besar al próximo habitante de la casa que apareciera frente a mí, con este hombre, sólo bastó un saludo cordial. Lo que quedaba claro en todos los casos es que esta gente vivía conmigo hacía muchos años. La confianza que tenía entre sí la gente de esa casa era extraordinaria. El hombre del aviso en el diario, tomó delicadamente el cigarrillo que yo tenía apagado en la boca y lo encendió, dio dos o tres pitadas y me lo devolvió. Yo no dije nada, estaba dispuesto a aceptar todo lo que fuera costumbre en esta casa.
Aspiré profundamente el humo como si fuera la primera vez que fumaba. Tosí con la primera bocanada y nadie dijo nada, sería costumbre toser, me dije y volví a la pieza. La pieza estaba más arreglada que antes de mi paseo por el patio.
Una mujer embarazada, entró en la pieza llevando una bandeja con bebidas frías, me dejó un baso en el escritorio y salió en silencio.
Antes de salir me besó en la frente. Cerré la puerta detrás de ella y me tiré en la cama a dormir.
Un hombre de unos treinta y cinco años, en el patio se dirigió a mí como si fuera cosa de todos los días y me dijo si había visto el aviso en el diario, y qué bien lo habían sacado y en qué página, yo dije que sí con la cabeza, pero en verdad no sabía todavía de qué se trataba. Después seguramente miraría el diario y me enteraría, avisos de qué ponía esa gente en los diarios. A pesar de la propuesta de besar al próximo habitante de la casa que apareciera frente a mí, con este hombre, sólo bastó un saludo cordial. Lo que quedaba claro en todos los casos es que esta gente vivía conmigo hacía muchos años. La confianza que tenía entre sí la gente de esa casa era extraordinaria. El hombre del aviso en el diario, tomó delicadamente el cigarrillo que yo tenía apagado en la boca y lo encendió, dio dos o tres pitadas y me lo devolvió. Yo no dije nada, estaba dispuesto a aceptar todo lo que fuera costumbre en esta casa.
Aspiré profundamente el humo como si fuera la primera vez que fumaba. Tosí con la primera bocanada y nadie dijo nada, sería costumbre toser, me dije y volví a la pieza. La pieza estaba más arreglada que antes de mi paseo por el patio.
Una mujer embarazada, entró en la pieza llevando una bandeja con bebidas frías, me dejó un baso en el escritorio y salió en silencio.
Antes de salir me besó en la frente. Cerré la puerta detrás de ella y me tiré en la cama a dormir.
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