domingo, 22 de febrero de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO CUARENTA Y SEIS

Mi padre me había enseñado que un hombre tiene que poder contra el frío. Él, en invierno, se levantaba a las dos de la madrugada igual que en el verano, y tomaba un café y comía un trozo de pan y se iba a la calle con las dos valijas y caminaba doscientos metros hasta la parada del tranvía que lo llevaría en una hora y media de viaje hasta la esquina de la feria donde, mi padre, tenía un puesto de venta de baratijas. Y antes de salir de casa, todavía, cuando se encontraba conmigo en el patio, se ponía una boina negra y me decía, al frío no hay que tenerle miedo, y algunos días, mirá hijo: un hombre no tiene que temerle a nada. Cuando adolescente, en uno de esos encuentros nocturnos, cuando él se iba a trabajar y yo venía de bailar o de haber estado con los amigos, me animé y le pregunté mientras se ponía la boina. Y vos papá ¿con cuántas mujeres hiciste el amor? Él sonrió como cuando fumábamos los domingos. Y como alguien que antes de tirar apunta directamente al corazón disparó. Sólo con tu madre. Yo no le creí. ¿Y antes de conocer a mamá? Él volvió a responderme y esta vez sin sonrisa. Sólo con tu madre. Bueno, le dije, si eso es verdad, yo te vengaré. Vengarme de qué, hijo mío, si soy feliz. Un hombre tiene que saber ser feliz con lo que tiene. Era una época que yo venía con ideas raras de la calle. Pero cómo puede ser feliz un hombre que cerca de su muerte, ha hecho el amor con una sola mujer en toda su vida.
Todos estamos cerca de la muerte, y además un hombre tiene que aprender a ser feliz, si le toca una sola mujer o si le tocan seis mujeres y si algún día el destino como un viento feroz, arranca todo de tu lado y te deja solo, también hay que aprender a ser feliz.
En mi pueblo al que podía aprender a ser feliz con lo que tenía, le llamaban sabio.
Mi padre era mi padre y yo me defendía como podía. Aquí en Buenos Aires, a conformarse con lo que se tiene, se le llama pobreza. Ni frío, ni caliente, al final hasta Cristo te termina escupiendo de su boca. Dónde aprendiste eso.
Estoy leyendo la Biblia.
Así me gusta hijo, una que otra cosita por Dios, siempre hay que hacer. No lo hago por Dios, papá, lo hago por la escritura. Eso hijo, está bien igual, leer la Biblia siempre es bueno, aunque no tengas ganas. Cuando nos quedamos conversando, él antes de irse me daba un beso y me mandaba a dormir porque ya era tarde. Y yo corría a poner mi oreja en la ventana que daba a la calle, para oír sus pasos arrastrados por el peso de las valijas, hacia el tranvía.
Aquella noche no pude cerrar los ojos. Dejé encendida la lámpara pequeña y me puse a hojear una revista pornográfica, intenté masturbarme e intenté escribir un poema, no pude ninguna de las dos cosas.

jueves, 19 de febrero de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO CUARENTA Y CINCO

A veces la lucha era a brazo partido. A trompadas, a insultos, a empujones, conseguía encerrarlas a las dos juntas conmigo en alguna de las habitaciones. Siempre alguna de las dos tenía la menstruación, y no una menstruación así nomas. Torrentes de sangre en todas direcciones. Yo siempre iba al frente, como se dice, hubo días que terminábamos los tres bañados en sangre. La otra esos días estaba de duelo, por alguna muerte de algún familiar próximo. Si nadie había muerto esos días, ella recordaba alguna muerte de su infancia o bien de su adolescencia. Entre la violencia de la sangre y los sonidos siempre eternos de la muerte, yo hacía lo que podía. Como cuando quería levantar las valijas que levantaba mi padre y apenas podía arrastrar con las dos manos una, y apenas unos centímetros.
Una vez conseguí que se besaran en la boca.
Lo recuerdo como si fuera hoy. Primero me aseguré que cada una tuviera diez orgasmos. Con los ojos entrecerrados, cada una apoyó su cabeza en mi hombro correspondiente. Yo tardé quince minutos a causa de la lentitud de mis movimientos, en acariciar sus cabezas y en acercar la boca de una a la boca de la otra. Y hubo un instante donde esos labios se partían por el goce del encuentro tantas veces postergado, y así, al borde del éxtasis sólo por estar besándose, Berta me metió el dedo en el culo y Clotilde me apretó los huevos hasta hacerme gritar. Yo fui feliz, y sintiendo que había hecho el bien, me quedé dormido.
Al cambiar la hoja, me di cuenta que tengo mucho frío en los pies, me digo, es normal en invierno.

domingo, 15 de febrero de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO CUARENTA Y CUATRO

No te creo, no te creo, y se vestía apresuradamente y a medio vestir, salía del baño gritando, los hombres son unos hijos de puta y yo, los amo. Yo soy Clotilde, la que nunca dejará de hacer el amor. Libros, poemas, escritos, frases célebres, no sé dónde iremos a parar con tanta porquería. Clotilde cuando terminaba de hacer el amor se sentía libre.
Quiero besar a una mujer en los labios.
Berta, Berta, mi querida, aquí, el semen de mi amado en mis labios. Bésame. Y subía y bajaba las escaleras, gritándome. Jacinto, quiero que te folles a mi amiga Berta, quiero que tu amigo Alberto me rompa las entrañas y subía y bajaba por las escaleras, hasta que yo, recordaba la actitud de mi padre con mi madre en situaciones parecidas y le daba dos tortazos y ella lloraba un poco y se iba a la cocina a hacer un café.
Subiendo las escaleras le gritaba que la vida de la pareja monogámica es linda y que además del café me hiciera un zumo de naranjas, para entretenerla un rato más en la cocina y darle tiempo a Berta para que me chupara y se arreglara un poco el cabello, porque a mí, me gustaba tirarle de los pelos cuando me chupaba. Berta era angelical. Clotilde divina.
Entre las dos, yo pensaba, a veces, sin decir nada, me harán un hombre o me volverán loco. Y soñaba con mi tío León y en sueños me preguntaba cómo era posible satisfacer a seis mujeres a la vez, cuando, si bien, con una podía, me daba cuenta que no era cosa fácil poder. Clotilde y Berta, eran dos, pero también eran una. Nunca se molestaban. Habían decidido pensar las dos, que la otra era un capricho mío y estaban dispuestas a soportarlo. Y para que yo diera rienda suelta al deseo que ellas me atribuían de tener una relación diferente con cada una. Una trabajaba los lunes y la otra los martes, a una le gustaba la noche y a la otra le gustaba el día. Una escribía, la otra pintaba. Tenían la menstruación en épocas distintas del mes y educaban a sus hijos en momentos diferentes del día, y todo, para que yo cuando me encontrara con alguna de las dos, no tuviera el incordio (según ellas) de encontrarme con la otra. Había días que el mecanismo funcionaba tan perfecto que yo, tomaba dos desayunos, comía dos veces al mediodía, dormía dos veces la siesta, hacía el amor dos veces, y hubo tardes espléndidas que llegué a hacer el amor dos veces con cada una, y después otros dos cafés. Y así pasaban los días y yo cada vez estaba más lejos de transformar a esas dos mujeres en dos mujeres, para que algún día estuvieran entre las seis mujeres de mi deseo. Y ellas cada vez estaban más cerca, para cumplir, a pesar de la vida que llevaban, el deseo de un hombre para cada una, de transformarme a mí, en dos hombres.

jueves, 12 de febrero de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO CUARENTA Y TRES

Siento que estoy escribiendo por escribir y ya son las doce de la noche. En el piso de abajo han apagado el televisor y ahora yo tengo ganas de cagar y tomar un café. Espero que hacer esas dos cosas, tan simples y cotidianas, no me lleve toda la noche.
Mientras cagaba leí las páginas anteriores. Cagar también es un placer, como comer, como hacer el amor, a veces te va bien y a veces te va mal. Las páginas anteriores, no me llegaron a convencer, escritura por escritura, me dije, prefiero escribir versos.
Terminé de fumar el quinto porro de la noche, sentado tranquilamente en el inodoro. Me toqué un poco la polla y recordé a Clotilde. A ella le gustaba, sobre todo, hacer el amor en el baño. Se desnudaba en silencio, mientras yo terminaba de lavarme el culo o de peinarme o de lavarme los dientes. Ella siempre me sorprendía haciendo algo en el baño, a veces me traía un café y nos quedábamos conversando horas. Después se agarraba con las dos manos del lavabo, y comenzaba a murmurar entre dientes, me imagino que para que resultara enloquecedor: Hoy por donde quieras, mi amor. Por donde quieras. Y yo me acercaba como de nube, entreabría con mis manos sus nalgas y un perfumado canto de calandrias nos invadía, y entonces, hacía que me la follaba por el culo y me la follaba por el coño y después, todavía, hacía que me la follaba por el coño y me la follaba por el culo. La engañaba siempre. Somos como tres mil, mi amor, somos como tres mil. Y ella, tenía orgasmos como delirios, como una multitud de hombres y mujeres en su cuerpo, haciendo el amor. Y terminaba agarrándose desesperadamente a sus tetas y besando su propio rostro en el espejo.
Me mataste mi amor, me rompiste el coño y se sentaba en el inodoro para descansar. Y todavía suspirando, ¡eres un poeta genial! ¡eres un poeta genial! Te regalaré una máquina de escribir y su rostro se ensombrecía. Claro ya tendrás máquina de escribir, seguramente otra antes que yo te la regaló y en tanto hablaba ponía su mano entre sus piernas y dejaba que mi semen cayera sobre su mano y, luego, se pasaba la mano por toda la cara y se reía. Tu semen hace bien, rejuvenece. Cuando ella se ponía así, yo le decía la verdad: La máquina de escribir me la regaló mi padre.

lunes, 9 de febrero de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO CUARENTA Y DOS

Mamá a veces era un genio, menos que me masturbaba todos los días, lo sabía todo, sin que yo hablara una sola palabra. Por esta costumbre de mi madre, recuerdo haber tenido muchos problemas en mis relaciones con las mujeres en general. De tanto esperar que alguna mujer descubriera mis pensamientos sin que yo hablara, me fui haciendo entre ellas fama de misterioso. Un tipo, decían, que nunca se sabe lo que piensa. Después intenté explicarme por escrito, y así cada vez fue peor. Es un poeta, empezaron a decir, por eso tan misterioso, tan lejano. Su cuerpo es como el mar, si te dejas estar, te traga. Y en esa inmensidad cuando por fin develará sus íntimos secretos, todas las palabras que pronuncia tienen que ver con una. Él existe a medias, si no te gusta hacer el amor con él, te recita un poema. Si la poesía todavía no es el tiempo de tu deseo, es capaz de tomar un café con una, hablar de tonterías y dejarte contenta. Y si antes de partir, inmersa todavía en la alegría del encuentro, le recuerdo que no me dijo nada de su vida. Él te besa varias veces (cuando se despide siempre es cariñoso) y entre los besos, la vida es todo, te dice, también esos silencios.

viernes, 6 de febrero de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO CUARENTA Y UNO

Ya podré, pensaba, y me quedaba contento, hasta mañana, donde volvería a probar sin poder, o estar al borde de poder. Él me decía que no con la cabeza y un día que yo llegué a mover una de las valijas, pero sin poder todavía levantarla del suelo, él sonrió y me dijo (yo creo que casi con alegría) ya podrás. Ese día tomé la sopa y la carne y comí pan, porque a él, le gustaba que se comiera con pan y tomé un vaso de vino, porque un poco de vino siempre hace bien. Tosí como correspondía a un niño de mi edad y le dije a mi padre, que no quería ir más al colegio. Ángela, qué le pasó esta mañana a este chico. Nada contestaba mi madre, estuvo toda la mañana en la calle. Acaso no hiciste los deberes, y levantaba su mano para pegarme y yo se lo dije. La maestra dice que eres un mentiroso. El cachetazo que me dio me tiró debajo de la mesa. Y yo a mi padre le temía, pero ese día no sé lo que pasó.
Ahogado por el llanto le dije que era un hijo de puta que con él no se podía conversar. Y esperé tranquilamente que me matara.
¿Quién te enseñó esas palabras?
Sorprendido de escuchar sus palabras en lugar del golpe que yo esperaba, le dije la verdad: Mamá. Y mamá aterrizó al lado mío. Y tocándose (creo recordar, con cierto placer la mejilla enrojecida por el golpe de mi padre) me miró a los ojos y me sonrió. Padre acercó una silla a nosotros, y sentándose nos acarició a los dos un poco la cabeza y ahora te vas a lavar la cara y te vas al colegio.
Y yo que ese día debía estar loco, le dije, al colegio no voy.
Hijo mío, ir al colegio, es tan sagrado como ir a la iglesia, como tener una familia, como ir a trabajar. En el colegio se aprenden las letras y las artes y seguramente te enseñarán a contar el dinero, y en el colegio te enseñarán el funcionamiento de tus órganos y los misterios del cuerpo de la mujer. Para Rafael, interrumpió mi madre, que eso lo enseñan en la universidad y, además, el nene dice que la maestra dice que eres un mentiroso. Y tú sabes cómo el nene es de sensible, él te cree todo, esos cuentos que tú le cuentas, después seguramente en el colegio se peleará con la maestra. Y la maestra le preguntará de dónde saca esas cosas, y él le dirá (y el nene siempre dice la verdad) me lo enseñó mi padre. Y la maestra le dirá, tu padre es un mentiroso.

miércoles, 4 de febrero de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO CUARENTA

Estoy aquí encerrado escribiendo. A veces leo, a veces hago el amor. Cuando alguien se atreve a mi escritura inédita, y viene a visitarme me entero de alguna cosa de la calle. Nunca pido detalles, dejo que el otro me cuente lo que quiere. Cuando ya no da más, cuando ya no tiene qué decir, le leo alguna página.
Yo salgo poco, es cierto, pero también es cierto que a casa viene poca gente. Y cuando vienen, a veces, no me dan tiempo para reaccionar. A veces estoy durmiendo y se van antes de que me despierte. Hoy día la gente vive apurada. Lo recuerdo a papá con una valija de 50 kilos en una mano y con otra valija de 50 kilos en la otra, caminando lentamente, balanceándose de un lado para otro, como si ese movimiento disminuyera el peso de las valijas.
A veces sentado en la puerta de mi casa en Chiclana, lo veía venir, y me ponía a gritar: ¡ahí viene papá! y papá tardaba veinte minutos en recorrer las dos calles desde la parada del tranvía, hasta casa. Y salía corriendo y, él, dejaba las valijas en el suelo para besarme en las mejillas y, yo, trataba de levantar alguna de las valijas y no podía y él, mientras, se ponía de nuevo en movimiento y diciendo que no, primero con la cabeza, me recordaba que su padre siempre le decía, que cuando creciera, si crecía bien, podría más. Y yo a mi padre le creía.

lunes, 2 de febrero de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO TREINTA Y NUEVE

Llegué a España huyendo de mí mismo. Huyendo de una vida que después no pude contener en mi cuerpo. Y cuando llegué me dije: ésta será mi vida, ésta mi patria, después fue todo mucho más difícil. Al principio era lindo caminar por las calles. Libre, me sentía libre como un pájaro y en aquellos primeros días, hasta llegué a sentir que esta tierra, era la tierra de mis abuelos, y qué bien se vivía, cuando la historia podía comenzar, todos los días, hoy. Después la calle se fue poblando de fantasmas, se fue poblando de recuerdos. Se dejaron de escuchar algunas guitarras para escucharse las protestas. Habían matado a un estudiante. A un policía, a un militar, a un militante, a una vieja, a un niño. Habían matado. La calle se pobló de inconmensurables murmullos de desaprobación, comenzó a ser imposible caminar por la calle. En poco tiempo se habían vuelto todos locos, habían pasado demasiado rápido de la marihuana, a la heroína, demasiado rápido de la vida, a la muerte. Huyendo de la calle, como antes había huido de mi país, llegué hasta aquí, una habitación redonda (como antaño eran mis relaciones, ya les contaré alguna vez) en un segundo piso, a la calle, en un barrio del norte.

domingo, 1 de febrero de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO TREINTA Y OCHO

A la mañana siguiente madre, nos recordaba que vivíamos en Buenos Aires.
Ella siempre cantaba tangos. Y algunas mañanas inolvidables cuando padre se iba a trabajar; ojos verdes, verdes como la albahaca. Verdes como el trigo verde y el verde, verde limón. Cuando volvía padre de trabajar ella volvía a cantar tangos. Los ojos le brillaban siempre. A padre, en cambio, sólo le brillaban los ojos cuando cantaba en árabe y cuando yo fui más grande y lo convidaba con marihuana y conversábamos, también le brillaban los ojos, después, el resto del tiempo, mi padre era recuerdo.
A veces borracho por el humo y la nostalgia, me decía, mi hermano se llamó León, y fue amamantado por una leona y por una loca. Era fuerte como un toro bravío de las pampas (a veces se le mezclaban las historias él nunca sabía en qué país vivía), una tarde delante de todo el pueblo hizo el amor con seis mujeres a la vez. Y desde ese entonces ese fue mi único deseo: hacer el amor con seis mujeres a la vez. Tantas veces me lo imaginé. Tantas veces estuve a punto de lograrlo. Tantas veces le pregunté a mi madre si ella también había estado loca cuando me amamantaba.
Yo te cantaba mucho, y a veces te bailaba, para que vos te entretuvieras, pero loca, loca, no sé, creo que no. ¿Por qué me lo preguntas? Por nada mamá y esos días sentía que no sería posible.