jueves, 12 de febrero de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO CUARENTA Y TRES

Siento que estoy escribiendo por escribir y ya son las doce de la noche. En el piso de abajo han apagado el televisor y ahora yo tengo ganas de cagar y tomar un café. Espero que hacer esas dos cosas, tan simples y cotidianas, no me lleve toda la noche.
Mientras cagaba leí las páginas anteriores. Cagar también es un placer, como comer, como hacer el amor, a veces te va bien y a veces te va mal. Las páginas anteriores, no me llegaron a convencer, escritura por escritura, me dije, prefiero escribir versos.
Terminé de fumar el quinto porro de la noche, sentado tranquilamente en el inodoro. Me toqué un poco la polla y recordé a Clotilde. A ella le gustaba, sobre todo, hacer el amor en el baño. Se desnudaba en silencio, mientras yo terminaba de lavarme el culo o de peinarme o de lavarme los dientes. Ella siempre me sorprendía haciendo algo en el baño, a veces me traía un café y nos quedábamos conversando horas. Después se agarraba con las dos manos del lavabo, y comenzaba a murmurar entre dientes, me imagino que para que resultara enloquecedor: Hoy por donde quieras, mi amor. Por donde quieras. Y yo me acercaba como de nube, entreabría con mis manos sus nalgas y un perfumado canto de calandrias nos invadía, y entonces, hacía que me la follaba por el culo y me la follaba por el coño y después, todavía, hacía que me la follaba por el coño y me la follaba por el culo. La engañaba siempre. Somos como tres mil, mi amor, somos como tres mil. Y ella, tenía orgasmos como delirios, como una multitud de hombres y mujeres en su cuerpo, haciendo el amor. Y terminaba agarrándose desesperadamente a sus tetas y besando su propio rostro en el espejo.
Me mataste mi amor, me rompiste el coño y se sentaba en el inodoro para descansar. Y todavía suspirando, ¡eres un poeta genial! ¡eres un poeta genial! Te regalaré una máquina de escribir y su rostro se ensombrecía. Claro ya tendrás máquina de escribir, seguramente otra antes que yo te la regaló y en tanto hablaba ponía su mano entre sus piernas y dejaba que mi semen cayera sobre su mano y, luego, se pasaba la mano por toda la cara y se reía. Tu semen hace bien, rejuvenece. Cuando ella se ponía así, yo le decía la verdad: La máquina de escribir me la regaló mi padre.

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