domingo, 1 de febrero de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO TREINTA Y OCHO

A la mañana siguiente madre, nos recordaba que vivíamos en Buenos Aires.
Ella siempre cantaba tangos. Y algunas mañanas inolvidables cuando padre se iba a trabajar; ojos verdes, verdes como la albahaca. Verdes como el trigo verde y el verde, verde limón. Cuando volvía padre de trabajar ella volvía a cantar tangos. Los ojos le brillaban siempre. A padre, en cambio, sólo le brillaban los ojos cuando cantaba en árabe y cuando yo fui más grande y lo convidaba con marihuana y conversábamos, también le brillaban los ojos, después, el resto del tiempo, mi padre era recuerdo.
A veces borracho por el humo y la nostalgia, me decía, mi hermano se llamó León, y fue amamantado por una leona y por una loca. Era fuerte como un toro bravío de las pampas (a veces se le mezclaban las historias él nunca sabía en qué país vivía), una tarde delante de todo el pueblo hizo el amor con seis mujeres a la vez. Y desde ese entonces ese fue mi único deseo: hacer el amor con seis mujeres a la vez. Tantas veces me lo imaginé. Tantas veces estuve a punto de lograrlo. Tantas veces le pregunté a mi madre si ella también había estado loca cuando me amamantaba.
Yo te cantaba mucho, y a veces te bailaba, para que vos te entretuvieras, pero loca, loca, no sé, creo que no. ¿Por qué me lo preguntas? Por nada mamá y esos días sentía que no sería posible.

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