miércoles, 7 de enero de 2009

INTENTO NUMERO VEINTISIETE

Yo soy, le dije, aquel capaz de pegar 10.000 martillazos sobre la misma palabra, hasta que la palabra sangre. Yo soy, madame, el que rompía baldosas en el cordón de la vereda. Usted si no quiere no me conteste, a mí me da igual. Pero eso sí, siga chupando, aleje de mí toda sospecha. Hágame su Dios, y yo abriré mis ojos para que usted aparezca, radiante y llena de esperanzas y cerraré mis ojos para que usted descanse tranquilamente hasta la próxima jornada. Iremos por los circos y yo diré, aquí conmigo lo que no existe. La bella que sólo puede en el resplandor de mi mirada. Y subiremos al trapecio juntos y tú me dirás hijo de puta mirá qué has hecho de mi vida. Cruje bajo mis pies una canción inolvidable.
Abrí los ojos maricón.
A veces resulta que las voces interiores parecen voces exteriores. A veces resulta que cualquier imaginación es más brutal que cualquier realidad, y abrí los ojos. Y sólo para comprobar que el mundo era una pequeña bola de nieve gigantesca y que ella, silueta de lo posible, tendida tranquilamente entre mis piernas abiertas, acariciaba mis genitales con ternura, y ahora tangible, real, como mi propia madre, me comentaba naturalmente, que mis genitales eran todo el poder del nuevo poder y los besaba tranquilamente como se besan los monumentos o las armas de guerra antes de encontrarse con el enemigo.

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