jueves, 9 de abril de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO CINCUENTA Y CINCO

Dormí, creo, unas horas. Todo pasaba demasiado rápido.
Dormir y desmayarme, eran desde que me había encontrado con Lipuskia (como yo la llamaba) estados parecidos a dormir y desmayarse, pero distintos. Algo así como desintegrarse, para volverse a integrar siempre en otro tiempo, y en otro espacio. Sería porque ya me había ocurrido varias veces, que ahora al despertarme, quiero decir integrarme, prefería tener los ojos cerrados, para irme adaptando de a poco a lo que sería la nueva situación. Esta vez no hubo tiempo, Lipuskia estaba muy nerviosa, abrí los ojos, me gritaba, por primera vez me gritaba, abrí los ojos, amor, amor, lo conseguiste, abre los ojos que quiero, vibrar en tu armonía.
Abrí los ojos, y la emprendí a cachetazos limpios, esta vez ella era una verdadera mujer, en lugar de reproducirse como una alimaña, lloraba y se reía y me besaba las manos después que yo le pegaba, y me decía mi amor, lo conseguiste.
Lo de anoche fue horrible, le dije, no quiero volver más a esa casa, además había envejecido, treinta años, y hasta creo que tenía hijos. Lo conseguimos mi amor, lo conseguimos.
Ayer, no te preocupes, no pasó nada malo, ayer, volaste al futuro cercano, ese hombre que eras anoche, serás.
Dejé de golpearla, porque ya era suficiente maltrato el que ella me daba a mí. Y sin saber todavía de qué experimento se trataba, la tiré sobre la cama las 20 páginas que había robado en el futuro cercano al novelista Alesio. Lipuskia era muy feliz, yo casi no existía para ella. Lió nerviosa tres o cuatro pitillos de hierba y comenzó a leer:

1 comentario:

  1. Te extrañaba, viejo feliz...Leerte siempre me hace bien. Remueve unas fibras de mi desconocidas.¿La escritura? Esta vez sabré encontrar como sea su tiempo. Gracias

    ResponderEliminar