martes, 30 de diciembre de 2008

INTENTO NÚMERO VEINTIDOS

Mirarla a los ojos no me costaba ningún trabajo, ya que ella era la que se encargaba todo el tiempo de mis ojos abiertos, de mirarme a los ojos. En caso que yo me aburriera de sus ojos (cosa por otro lado bastante improbable ya que sus ojos eran hermosos) o bien si algo o alguien pudiera llamarme la atención, más que sus ojos, yo podría en ambos casos, cerrar los ojos y entretenerme un tiempo con mis fantasías, que a partir de este momento sólo serían el recuerdo de sus ojos. Por momentos se me aparecía claro, que la marihuana esta vez me estaba haciendo un efecto desastroso. Ella hablaba en un idioma que yo no entendía y que sin embargo, entendía. O bien creía entender, y que por creer entender, lo que realmente nadie me dijo, había quedado condenado a vivir de una manera particular. Pendiente de una luz. La luz de sus ojos.
Enciendo otro cigarrillo, verifico si todas las puertas y las ventanas de la casa están, adecuadamente, cerradas y fumo y busco en esa inmensidad un punto fijo, algo conocido que pusiera fin a semejante viaje.

2 comentarios:

  1. El niño se hizo grande, le pasan otras cosas. ¿Por fin una mujer?

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  2. Así nos tienes, Viejo Feliz,pendientes de tus próximas frases, entre necesidad y deseo, condenados a vivir en esta incertidumbre y sin embargo -o por eso mismo- felices...

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