domingo, 3 de mayo de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO SESENTA Y DOS

Catín se vistió rápidamente, ella siempre respetaba mi tiempo y además desde que habíamos comenzado nuestra relación, Diana la esperaba en la puerta del consultorio. Catín apresuró el paso hasta el ascensor, normalmente lo hacía, prefería no hacerla esperar, Diana era celosa, una mezcla de yegua moderna y señorita clásica. Siempre vestía bien, olía bien, hablaba dulcemente, no se tiraba pedos cuando hacía el amor y por sobre todo amaba a Catín apasionadamente y ese amor era, su única locura. Y sin embargo, Catín ese día burlaría su vigilancia y no porque así ella lo hubiese programado. Fue el día de los ascensores. El ascensor en el que ella viajaba se detuvo entre el octavo y noveno piso, quedándose a oscuras, con ella viajaban dos personas más un hombre joven y una mujer anciana.
Catín: Me muero.
Hombre Joven: La puta madre.
Mujer Anciana: Santa Catín ayúdanos.
C: (Angustiada), llorando, con voz trémula. ¿A mí me habla?
H.J.: Por favor señorita, por su voz se ve demasiado joven, ni puta ni madre, tal vez una persona nerviosa.
M.A.: La voz de este muchacho e parece a la de mi hijo Esteban, ahora más que nunca Santa Catín ayúdanos. Líbranos de todo mal.
C: (Por instantes se me parece claro, estoy encerrada en un espacio pequeo, oscuro, con una vieja de mierda y un psicoanalista. Escucho a la viejita rezar en voz baja. Y la respiración del psicoanalista parece una respiración conocida. ¿Será acaso el doctor Si, me muero de excitación, no podré soportar mucho tiempo más y la viejita no será acaso mi mamá? Tengo que contestarle a alguno de los dos o pensarán que estoy loca). Mirando hacia el rincón del psicoanalista -¿existe el mal? Y luego antes de dar tiempo a contestar, y dirigiendo su voz hacia el rincón de la mujer anciana –Señora a mi edad, usted todavía era virgen.
M.A.: Me siento mal, tengo recuerdos de su edad, siento un inmenso calor abajo, como brasas, por favor señorita abráceme, me mareo, no me deje temblar que me desintegro. Qué vergüenza, señorita, qué vergüenza, sentir estas cosas a mi edad.
H.J.: (Está clarito, todo clarito, estoy encerrado en un ascensor a oscuras con dos locas, ésta es una buena oportunidad).
C.: (Ahora estoy absolutamente segura que esa es la respiración del Doctor Si, y para colmo la viejita sigue toda apretada a mi cuerpo, está muy caliente y al temblar, me excita, todo me gusta, todo me hace bien, soy feliz. Tengo que animarme a pronunciar su nombre en voz alta). –Es usted el doctor Si.
H.J.: De ninguna manera señorita soy el otro yo del doctor Si y esa pobre viejecilla que acaba de tener su último orgasmo entre sus brazos, quiero decirle, sin que usted lo tome a mal, que esa viejita de mierda que acaba de morir entre sus brazos, o que está a punto de morir, es mi madre. Ayúdeme a desnudarla, señorita, puede ser que todavía le quede un resto de vida. Yo tengo mis derechos de intentarlo todo para salvarla, soy su hijo. Por favor, mastúrbela señorita, que yo, me la cojo por el culo.

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