viernes, 1 de mayo de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO SESENTA Y UNO

-Y mis ojos doctor, ¿qué pasó con mis ojos? Cuando nos vimos por primera vez te gustaron mis ojos. Perdón, me dejas que te tutee? Me gustaría poder llamarte por tu nombre, decirte que de aquel primer día lo recuerdo todo, hasta tu cara de sorpresa al entrar y verme desnuda sentada en el mostrador del bar y gritando como una loca: quiero que venga el doctor de mi amiga Diana y después el instante de la verdadera entrega. Entre mis últimos gritos pidiendo por el doctor que te dejaba hablar, Diana y tú me vistieron y me llevaron a tu consultorio. Armamos para fumar. Todos tus movimientos eran seguros. Te sentaste en el suelo con las piernas cruzadas y mirando mis ojos, no los de ella, mirando mis ojos, preguntaste ¿y bien? y te empezaste a desvestir y tú eras yo, en el bar, hacía unos minutos. Y me resultaba ridículo verte sentado en tu escritorio como yo en el mostrador, y con una mano apretándote el pezón izquierdo, que tiempo después me enteraría por tus libros, era tu pezón más sensible y con la otra mano tocándote el pene, que después vendría a ser el pene más grande de mi vida y mientras Diana (pienso que verdadera iniciada en esa época) seguía preparando unos pequeños cigarrillos, que después fumábamos los tres con fruición hasta que caí adormecida entre tus brazos. Soñé lo indecible. Me metías en medio del goce más perfecto que nunca más sentí, y en el mismo instante, dos dedos en el culo, el pene en mi vagina, con una mano me cerrabas la boca y con tu lengua y con tu lengua, atacabas sin piedad mi oído derecho y Diana agarrada de mis dos tetas y chupándome la otra oreja, me demostraron entre los dos que mi enfermedad mental, era el taponamiento crónico y terminó la primera entrevista. Bajando los tres en el ascensor miraste mis ojos otra vez más. Estoy segura, te gustaron. Quiero saber si te gustaron.
-Sus ojos, sus ojos ya no existen. Continuamos la próxima.

No hay comentarios:

Publicar un comentario